El regalo de Chiloé
Chiloé me regaló mucho más que inspiración: me permitió aprender más sobre mi país, encontrar un nuevo campo de estudio, construir un puente con un espacio diferente al de mi cotidiano...

Vida en la gran ciudad
Soy diseñador de profesión y vocación. Desde siempre supe que este sería mi camino, porque me apasiona observar, crear y comunicar visualmente.
He desarrollado mi vida y mi trabajo en la gran ciudad, entre oficinas, edificios, medios de transporte, espacios de consumo y cultura. Habito un entorno urbano saturado, lleno de movimiento, diversidad y estímulos.
Como diseñador, me atraen los barrios creativos e históricos; disfruto perderme en ellos y fotografiar detalles urbanos. Veo la metrópolis como una vorágine compleja y fascinante: un escenario donde conviven todas las formas de vida, y donde cada persona puede encontrar su espacio —o donde te puedes también camuflar en el mar del anonimato.
Vivir en la ciudad más grande del país tiene costos y riesgos, pero también beneficios únicos. En ella encuentro oportunidades que valorizo, panoramas, y una constante fuente de inspiración.
El valor de desconectarse
Como todo habitante de la urbe, también necesito escapar de vez en cuando. Respirar otro aire, reencontrarme con la naturaleza, mirar con calma. Viajar se ha vuelto una necesidad personal, una forma de redescubrir mi propio país y de ampliar la mirada creativa.
El encuentro con Chiloé
A fines de 2011 llegué por primera vez a Chiloé. En un viaje que buscaba solo turismo, lo que encontré fue algo mucho más profundo. Me cuesta describirlo, pero hoy diría que aquello que me conmovió fue el conjunto de elementos que ví. Desde el cruce del canal de Chacao sentí que entraba en otro mundo: la brisa marina, las toninas jugando junto al transbordador, el olor del mar. Todo parecía distinto.
Los paisajes me impresionaron por su calma y su fuerza: las amplias vistas del mar interior, las características aves planeando sobre las aguas, las colinas de textura suave con ganado ovino pastando en campos cercados con varas, los cielos azules en días abiertos con unas nubes que parecen pompones de algodón, el bosque profundo chilote que te hace sentir en contacto intenso con la tierra. Los contrastes climáticos, vi días grises que me empaparon en copiosa lluvia, sin embargo al despejar, un sol radiante iluminó el espacio y majestuosos arcoiris se revelaron. El agua está en todas partes: mares, lagos, neblinas y lluvias que dan vida al territorio.
No me sorprendió el hecho que de este conjunto único de elementos del territorio surgieran creencias únicas, base de una rica mitología poblada de seres fantásticos que despliegan la imaginación y reflejan la identidad cultural del archipiélago.
La arquitectura y la inspiración
En diálogo con ese entorno descubrí las construcciones vernáculas: viviendas, palafitos, galpones e iglesias. Me cautivó su presencia en el paisaje, su lenguaje rústico, las texturas de la madera, las tejuelas que envejecen con el tiempo, las imperfecciones que las vuelven únicas.
En ellas reconocí un Chile profundo, lleno de historia y belleza. Me llenaron de curiosidad, sentí la necesidad de registrarlas, de transformarlas en imagen y proyecto. La arquitectura fue mi punto de conexión y anclaje para empezar a analizar este nuevo espacio.
Un viaje creativo que continúa hoy
Ese primer viaje a Chiloé despertó en mí una nueva etapa. Volví lleno de imágenes e ideas. Fue el punto de partida de un proceso creativo que me conectó con el mundo de las artes visuales y me permitió desarrollar un lenguaje creativo propio.
Chiloé me regaló mucho más que inspiración: me permitió aprender más sobre mi país, encontrar un nuevo campo de estudio, construir un puente con un espacio diferente al de mi cotidiano, conocer personas valiosas y vivir experiencias que marcaron mi vida. Hoy, miro hacia atrás este descubrimiento con gratitud y sigo explorando este vínculo entre arquitectura, territorio, historia e identidad profunda.